La familia cumple un rol importante, mucho más de lo que creemos, en la extensión del Reino de Dios. Este papel ha pasado muchas veces desapercibido debido a que hemos creído que la labor de compartir el Evangelio, esto es el mensaje de las buenas nuevas de salvación, corresponde únicamente a los evangelistas o a las agencias para-eclesiásticas dedicadas a tal fin.
Al referirnos a la familia en misión necesitamos definir, primeramente, el término misión. Una definición sencilla sería: «Acción de enviar, poder que se da a un enviado para que haga alguna cosa»
La misión de Dios o missio Dei para referirnos en forma amplia a todo lo que Dios hace para la comunicación de la salvación y, en forma más específica, a todo lo que la Iglesia ha sido enviada a ser y hacer.
Otra definición dice así: «Misión» es reflejar el amor de Dios con hechos concretos en un mundo de dolor, violencia y muerte. Es vivir en paz con Dios y con el prójimo, y procurarla en el mundo. Es actuar con equidad en este mundo y luchar por la justicia.
Un ejemplo concreto de la familia en misión lo encontramos en la historia de Abraham.
Abraham y su familia no salieron de Ur de los Caldeos en busca de agua y de pasto para sus animales, sino en obediencia al llamado de Dios.
Dios manifestó su gracia en esta familia y la usó, con todas sus fallas y debilidades, como el medio por el cual la salvación llegaría a la raza humana.
La nación de Israel, como una gran familia, fue elegida por Dios para hacer un pacto con ellos, a fin de que fueran un testimonio palpitante entre las naciones, es decir, para revelar su grandeza y su señorío en la tierra y atraer a todos los pueblos a él.
Los hogares eran centros de adoración, consagración y enseñanza para la fe en Dios. Un aspecto fundamental de la misión de Dios para Israel fue compartir y vivir los mandamientos de Dios, generación a generación, en el seno de la familia.
La familia en Misión en el marco del Nuevo Testamento.
A través de su enseñanza y práctica, Jesús amplió el significado de la palabra «familia». Según él, aunque una persona debe amar a su familia, este amor no debe tomar el lugar de su amor para Dios (Lc. 14:26).
Aunque Jesús valoró a la familia humana, enseñó que hay una gran familia cuyos vínculos son más profundos. Los miembros de la familia de Jesucristo son los que hacen lo que Dios desea (Mr. 3:31–35). El amor caracteriza a esta «familia extendida» (Jn. 13:34–35).
El libro de los Hechos de los Apóstoles muestra el papel de la familia en la expansión de la naciente Iglesia de Jesucristo. En sus inicios, la Iglesia se reunía no sólo en el templo, sino también en los hogares (Hch. 2:46–47; 5:42).
¿Qué se hacía en esas reuniones en hogares?
Se enseñaba y predicaba (Hch. 5:42). Se partía el pan (referencia a la celebración de la Santa Cena, y a la comunión entre hermanos), comían juntos en un ambiente familiar alegre (Hch. 2:46–47) y se oraba (Hch. 12:12).
Podemos decir, sin lugar a duda, que la familia cristiana es el «laboratorio» donde Dios está formando al hombre nuevo. En el vaivén diario, viviendo, aprendiendo juntos, en familia, con la ayuda de Dios, viene la madurez en Cristo… y es un proceso (Ef. 4:13).
Los miembros de una familia, como pequeña Iglesia, aprenden a hacer la obra y la voluntad de Dios juntos, por medio del poder del Espíritu Santo. Su aprendizaje incluye preocupación por los olvidados, los necesitados: las viudas, los huérfanos y los pobres, tal como le fue mandado hacer a Israel hace siglos. (1 Ti. 5:3; Ef. 4:28; Ro. 12:13; 1 Co. 16:1–4; 2 Co. 8:1–7, 14; 9:6–15).
Parte de la misión de la familia cristiana como Iglesia en miniatura es proveer hogar para los que carecen de él. La hospitalidad es uno de los atributos de un buen cristiano (Ro. 12:13), y creemos que incluye ayudar a la madre abandonada, al hombre preso, al niño desamparado, a todo aquel que esté en necesidad. (Mt. 25:35 y 36).
Consideremos entonces, involucrar a todos los miembros de nuestra familia para que juntos vivamos en misión a fin de dar a conocer a Jesucristo, como la única esperanza para un mundo perdido. No importa el tamaño de nuestra familia, lo importante es que dispongamos nuestras vidas para ser usadas por Dios.
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